sábado, 30 de abril de 2011

Buenos Aires me mata


Me había olvidado que acá todo lo tiñe la humedad.
Que todo es pegajoso y vuelvo a llevar alcohol en gel encima.
No hay términos medios. Excesos o carencias por dónde mire.
El colectivo pasa sin horarios, por la noche da miedo esperarlo. Pero más peligroso es tomar un taxi sola ¿Qué hago?
Mañana vamos con Sofi a comprar el gas paralizer. Ideal para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Si hasta viene con el envase de color rosa, precioso.
Todos están enojados y en los comercios su pregunta sí molesta.
No hay tiempo para nada. Siempre llego tarde.
Por suerte hay reencuentros. Algunos afectos, lugares, sabores me dan felicidad.
Pero yo me sigo perdiendo.
Igual acá ni me busco porque ya sé que no estoy.
Instinto de supervivencia, me pongo la armadura de porteña. Y empiezo a exigir en vez de pedir, no regalo más sonrisas y me vuelvo desconfiada. Ahora empiezo a obtener resultados...hijos del rigor.





miércoles, 2 de marzo de 2011

Mala leche



No deja de llamarme la atención la cantidad de personas que escucho decir que tienen intolerancia a la lactosa. En Argentina no conocí nunca a alguien que tuviera dicha “enfermedad”. Sí conocí un montón de enfermos de otras cosas, eso seguro. Sobre todo de la mente pero nunca de la leche. Y desde que llegué acá no paro de conocer gente con ese problema. Ni hablar de la cantidad de tiendas que venden a precios exorbitantes leche de soja, de avena, de arroz, en fin, todo tipo de sustitos que jamás pensé que podrían tener un sabor parecido. Creo que es un complot, sospecho que las marcas de productos bio (orgánicos= ¿sanos?=carísimos) han montado una red de médicos corruptos para que diagnostiquen de este mal a sus pacientes de mayor poder adquisitivo. También pienso que se volvió una moda, es mucho más trendy ir a hacer las compras al Veritas que al Dia. Si, y qué, tengo mala leche, ya lo sé. Soy un poco intolerante, lo reconozco, pero no precisamente a la lactosa sino a la manga de snobs que se gastan fortunas en estos lugares “bio” comprando pelotudeces y que después no te convidan porque es comida “especial”. (Hablo desde el resentimiento obvio, porque ni loca me gasto 3 euros en una barrita de cereal pero más de una noche hubiera querido atacar las que tiene mi compañera de piso en la alacena). Me hace acordar a cuándo era chiquita e iba al colegio, siempre había alguna compañerita forra que se comía un caramelo adelante tuyo y cuándo le pedías que te convide uno te respondía con un “es remedio, no es golosina, no te puedo dar”. Gorda!!!

Pensar que en esa época la vaca tenía buena prensa. Durante la primaria todos tuvimos que escribir la famosa composición que se titulaba “Tema: la vaca”, en la que llenábamos mínimo dos páginas narrando todo lo que nos daba el noble animalito. La leche, el cuero, la carne, etc, etc. Pero los tiempos cambian y hoy la pobrecita vaca está totalmente out, demodé, fuera de moda, se volvió grasa. Así que el próximo verano, en vez de pedirte el clásico licuado de banana con leche, mejor optá por un batido de maracuyá salvaje del Amazonas con leche de soja y semillas de chia. No sé si será más rico pero seguro que mucho más Fashion y largo de pronunciar!

sábado, 12 de febrero de 2011

Si no puedes con ellos, únete!


Sabias palabras la verdad. Y si, es una buena estrategia creo yo. Al menos eso fue lo que terminé haciendo con los catalanes. Hay muchas costumbres a las que todavía me resisto a sucumbir. Como por ejemplo poner al Caganet en el pesebre (o belén como le dicen acá). Es la figura de un pastor cagando al lado de un camino, puaj! O creer que los regalitos navideños los caga un tronco en vez de traerlos Papá Noel en el trineo tirado por los renos. El 24 de diciembre no se esperan los regalitos debajo del árbol de navidad, sino que los caga un tronco al que llaman el caga tío. Ese tronco tiene dibujada una simpática carita y está tapado con una manta para esconder debajo los regalos. Para obtener los regalos, los niños le pegan palazos al tronco al ritmo de una canción que dice “caga tío, caga turrones, de avellana y piñones. Y si no cagas, te pegaré un golpe de bastón…”. En fin, como verán son bastante escatológicos por estos pagos.

El asunto es que a pesar de que tengan cosas que no les entienda ni comparta, sí quiero poder entenderles cuando me hablan. Y así fue como comencé a estudiar catalán. Hace cuatro meses que voy a clases. Es un curso intensivo en el que cada nivel dura dos meses. Pero igual todavía me faltan como mil niveles. De todas formas puedo decir muy orgullosa que estoy a punto de pasar del segundo nivel al tercero. Y todo es gracias a Jordi, mi profesor, que es el catalán más simpático del mundo que haya conocido. Es un tipo bonachón, siempre sonriente, con aspecto mezcla de científico loco e intelectual porque siempre anda con unos rulos canosos todos despeinados, usa anteojos y se viste con un look de profesor desalineado. Pantalones de corderoy beige, sweater de cuello alto gris y saco con parches de gamuza en los codos y botones de madera. Él hace las clases súper entretenidas. El otro día logró que toda la clase se levante y en el medio del aula, bailemos y cantemos una canción para aprender los tiempos verbales. Gente grande eh! Éramos unas 15 personas entre los 20 y 40 años haciendo el ridículo total. Sin embargo nos matamos de la risa y les aseguro que no me olvido más la conjugación del verbo anar.

Y ahora practico con Piedad, la señora catalana a la que le alquilo la habitación donde vivo y ella me adora. Porque si hay algo que a los catalanes les encanta es que un extranjero se tome el trabajo de aprender su idioma. Mi teoría es que lo valoran un montón, porque al final es ponerse a estudiar un idioma que sólo va a servir en un lugar muy pequeño del mundo. Y aunque sea un idioma inútil a nivel mundial acá todo está obligatoriamente escrito en catalán. También en castellano, pero más en catalán. Entoncés me cansé de leer en el supermercado el cartel que decía “mongetas oferta” y no saber que era pero igual querer comprarlo porque estaba en oferta. Y descubrí las ventajas de decirle “adeu”, “merci”, “bon profit” o “molt bé” a Piedad, pase a ser su consentida y no me deja lavar los platos, me cocina cosas ricas y me cuida como una tía. Qué más puedo pedir!!!

lunes, 7 de febrero de 2011

Soy re buena, pero me gustan los rebeldes

Seré re buena pero no tonta. O si, tal vez un poquito porque al final los rebeldes caducan pronto. Pero esa es parte de su gracia creo. Lo bueno si es breve, es dos veces bueno.