jueves, 4 de septiembre de 2008

No soy buena nieta, soy re buena hija

Les voy a contar un poco sobre la casa del terror, es la casa de mis abuelos paternos. Resulta que hace como 15 años que no los veo. En su momento los veía a la fuerza, mi papá me obligaba a llamarlos o a ir de visita. Igual era chiquita y hacía lo que ellos me decían. En fin, recuerdo de esa época la tortura de los días jueves, creo que era, en el que inamoviblemente teníamos que ir a cenar a su casa. Llueva o truene, no importa, ese día no podía tener ningún plan y ni se te ocurra plantearles de cambiar el día porque era el acabose. Cuestión que luego mis padres se separan, mi papá se va a vivir a otra ciudad y ya no había nadie que me obligue a ir o llamar. Y así pasó el tiempo y no tuve más contacto con ellos. Ojo, esta es una parte superficial de la historia eh. No soy una fría indiferente mala nieta. De hecho con mis abuelos maternos siempre tuve buena relación. Pero bueno, puede ser que por ahora tengan esa impresión de mí, la de mala nieta. Ya van a ver como cambia la cosa cuándo les termine de contar la historia.
Antes que nada les voy a dar un pantallazo de los personajes.

La abuela: ¿Vieron la película Mammy dearest? Esa en la que Faye Dunaway hace de Joan Crawford, una madre malvada que en una escena que nunca me pude olvidar, ella, la mamita querida, le pega a la hija con unas perchas de metal. Bueno, mi abuela es igualita a ella. Una mujer que de joven fue hermosa, diosa total, con la mejor ropa, divina. Parecía una actriz de Hollywood. Pero lo que tenía de linda también lo tenía de mala. No le gustaban las criaturas porque tienen mocos y babean y bueno, te pueden ensuciar la ropa. Además lloran y molestan. Una Cruella Deville también le queda bien.

El abuelo: Un hombre del que mucho no puedo hablar porque tampoco hablé mucho con él. Era un médico cirujano muy reconocido. Un señor bien, que jugaba al golf, le gustaba cocinar y la buena vida. De él heredé la costumbre de tener el cajón de los remedios, repleto de muestras gratis de los mismos, obvio, que en la actualidad contiene mayoría de anticonceptivos, óvulos y pomaditas porque mi mejor amiga es ginecóloga, sumado a algún protector hepático, antiácido y analgésico porque también me gusta la buena vida.

Parece ser que esta dupla nunca se llevó bien, vivían peleando como perro y gato pero estuvieron casados hasta el final vaya uno a saber por qué. Supongo que primero fue por un tema de imagen, de división de bienes, de no dar el brazo a torcer y después se acostumbraron y punto.
Y ahora, después de tantos años tuve que volver a esa casa porque mi abuelo falleció y mi abuela se autointernó en un geriátrico. Sí, se internó solita, dejó la casa intacta, con la mesa del desayuno sin levantar, sin llevarse un bolso ni nada se tomó un taxi y se fue. Y así pasó un mes, la casa abandonada, mi papá, que encima es hijo único, en otro país hasta que pudo viajar. Yo lo acompañé, lo ayudé en el proceso de vaciamiento de la casa para poder vender o alquilar y con ese dinero pagar el geriátrico.
Así es como empiezo a frecuentar la casa del terror, un mausoleo, con miles de muebles y adornos, kilos de basura y de llaves, sí llaves para todo. Paredes escritas y cosas acumuladas durante años. Y como no seré re buena nieta pero soy re buena hija me tuve que arremangar y ayudar a ordenar.

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